Con el batir de unas alas y el sonido del agua en su descenso, todo vibra repleto de vida.
La lagartija se tuesta al sol, en su roca; las flores se estiran y cantan a las abejas, como sirenas; las hojas caidas crujen al pasó del tejón, con su tonto pasear; el musgo crece en troncos y rocas, afanoso por volar; algún pez revolotea rio abajo, por el cauce serpenteante; y hasta los árboles gritan, emocianados con el día.
Los trinos en las copas, las briznas en el suelo, la pureza en su materia y hogar en su extensión. Todo hinchado, embadurnado y colorido por la luz. Luz que da la magia de la sombra en su contorno y la vida en su interior.
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