martes, 2 de septiembre de 2008

Capítulo 84 - Manolo

Se llamaba Manuel Molina pero a él siempre le gustó que le llamaran Manolo.

Nació en un buen barrio de Madrid allá por los años cincuenta y tanto su infancia como su vida en general siempre fueron marcadas por el desastre y el desánimo de no tener ninguna meta. Pero hoy no vamos a hablar de cómo fue la vida de Manolo, ni cómo sobrevivió. Tampoco hablaremos de cómo, sustentado por su hermano y la sustancial herencia que sus padres le dejaron, este hombre, amigo del vagabundeo y las drogas blandas (especialmente el alcohol), convirtió estos elementos en su única familia, con excepción de su hermano. No hablaremos de nada de eso. No. Hablaremos de su leyenda, de cómo guiado sólo por su imaginación y autoconvicción Manolo se reinventó a sí mismo y vivió una vida propia del mayor de los señores.

Manolo nació el 4 de Julio de 1956 en Miami, Florida: el glorioso Día de la Independencia estadounidense. Era el hijo de un rico empresario madrileño y su esposa, natural de Mallorca, que emigraron a Florida allá por 1947.

Su padre hizo rápidamente una fortuna por una carrera plagada de oportunidades para un hombre trabajador como él era y permitió a toda su familia llevar una vida muy cómoda. Pero la infancia de Manolo no sólo estuvo marcada por la comodidad: también por su carácter independiente que hacía honor a la fecha de su nacimiento. Siempre iba inquieto de un lado para otro, conociendo el mundo con mirada interrogante, como si de un alumno del mismísimo Sócrates se tratara.

Al llegar a la adolescencia, exactamente en el verano de 1971, contando él con catorce años, y estando a punto de cumplir los quince, Manolo viajó a Mallorca con su familia. Tierra de la que rápidamente se enamoraría. Durante más de cinco años, fueron frecuentes los viajes de la familia a tierras españolas tanto a Mallorca como a Madrid.

Fue en estas edades cuando Manolo empezó a preocuparse por su aspecto. Siempre pretendía hacer gala de un porte señorial que sin duda se atribuía. Presumía de la pulcritud de sus zapatos y sus uñas. Con los años, este porte no desapareció. Sus uñas y sus zapatos seguían impecables, pero algunas de sus peculiaridades se deformaron en extravagancias. Llevaba el aspecto sumamente cuidado de alguien desaliñado, como si de un artista o un filósofo se tratara. Su barba crecía con un cuidado pocas veces apreciadas. Pero lo más extraño de su apariencia era su mochila. Siempre llevaba su mochila repleta de lectura, herramientas básicas de higiene y alguna cosa más. Cuando le preguntaban por esta costumbre siempre respondía entre risas: “¿Qué es un cerebro sino una mochila?”

A la edad de veinticuatro años, ya con su aspecto desaliñado pero aun sin barba, tanto Manolo como su hermano, inmigraron allí donde sus padres habían emigrado. Su hermano se estableció en Madrid donde no tardaría en abrir la que sería la tercera mejor marisquería de Madrid, situada en Rivas Vaciamadrid.

Manolo, por su parte, se fue a Mallorca donde consiguió trabajo en el prestigioso restaurante Roche como Jefe de camareros. No obstante, este trabajo no fue más que algo eventual, un trabajo al que recurriría cuando quisiera volver a la rutina. En todos estos años, Manolo mantuvo su actitud interrogante ante el mundo, devorando a cuanta información tenía acceso y no se contentó con estar quieto en ninguna parte, pasando su vida entre Miami, Mallorca y Madrid principalmente, pero también quería recorrer muchos más lugares, por eso siempre llevaba consigo unos mapas de carretera que compró un día en un quiosco.

Otra de sus extravagantes costumbres eran sus libros. Tenía tres libros que siempre llevaba consigo en la mochila: “Uno para cada transporte.” decía. Se trataban de dos libros sobre filosofía. Una filosofía que había cultivado extensamente en sus múltiples lecturas. El tercero era una novela de la literatura española clásica, fruto de la tierra que le había enamorado.

Se convirtió en una enciclopedia andante capaz de ilustrar a cualquiera con las auténticas citas de antiguos y modernos filósofos, la cantidad de casas desocupadas en Madrid o las manchas que se dibujaron para la película 101 Dálmatas. Gracias a los contactos de su padre, conoció a grandes figuras de Hollywood, como Woody Allen; y a gran cantidad de expertos en artes marciales, como Jackie Chan, Chuck Norris o Steven Seagal, de quien llegó a recibir clases.

Se obsesionó con la adquisición del saber y se vanagloriaba de conocer a una persona sólo con verla pasar. Continuamente trataba de buscarle el sentido a las cosas planteando continuas tesis que nunca desarrollaría.

Y al final, todo lo que quería Manolo, nuestro Manolo nacido en Madrid, era una cerveza.

3 comentarios:

AllieOli dijo...

No se podía haber narrado mejor :D
Pero no te acostumbres a que te pelotee.

Que viva Manolo.

Anónimo dijo...

Me gusta he de decir y además, mucho

P dijo...

La vida es esto. Prestémosle atención a los
detalles. Al calorcito humeante del pis, a sacar la basura, a viajar apretados
en colectivo. Si no disfrutamos eso, ¿qué nos queda?