martes, 14 de agosto de 2007

Capítulo 52 - Retórica consensuada

La retórica, procedente de la Antigua Grecia, el arte de hablar al público y dirigirlo, sutilmente y con la lengua fuera, hasta la raja de tu culo.

Cuando se trata de libertad de expresión, todos, políticamente correctos, proclamamos a gritos la subjetividad de un punto de vista y su misma validez, pero llega un momento en que esta subjetividad deja de ser libertad: el momento en el que un punto de vista se impone, de forma ruin y censurable, a la inconsciente opinión de los ajenos; el momento en el que por medio de la palabra, el tacto, los eufemismos y los contextos el violador se torna héroe del pueblo; el momento en el que los hechos objetivos y su realidad, se suprimen y quedan tras los supuestos; el momento en el que se aplica el sofismo y la persuasión, y, por tretas, se guía a alguien hacia una trampa en la que sus convicciones, poco exploradas e improvisadas, serán retorcidas y malinterpretadas para obtener una contradicción que la anule y le obligue a tomar por buena la vista de su verdugo; el momento de la retórica.

La demagogia taimada y poderosa me repugna. En mi opinión, sólo aquél que realmente tenga la capacidad de emplearla logrará tener una visión sobre ella. Unos la amarán, otros la odiarán, el resto la ignorará. Quisiera decir que la odio, pero implicaría decir que la conozco. Si dijera que la conozco, significaría atribuirme conocimiento y, el hacer esto, sería una muestra de orgullo. El orgullo es peligroso, pues, si te vuelves orgulloso, corres el riesgo de imponer tu opinión como regla, por medio de la retórica (pues nunca dejaremos de ser políticamente correctos). Mi error es que, ya con todo esto, soy victima de mis palabras, pues no dejo lugar a libre opinión, sino a lo que opino que la compone. Por eso odio la retórica: lo infecta todo en este mundo, no existe más forma de escapar que el completo aislamiento y ni eso escapa de ello pues acaba siendo el resultado de una retórica en su máximo exponente.

Y aunque me duela, lo peor de la apestosa y aborrecible retórica es que existe porque no podemos encontrar la objetividad; y es inevitable porque sin subjetividad nuestro mundo no tendría volumen.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un sofista.

Pingüino dijo...

Y tú, Alberto, y tú...

Anónimo dijo...

No me convencerás con tu retórica sofista. ó-o´

Anónimo dijo...

A mí me gusta la retórica.

Creo que es un gran arte, y me gustaría llegar a ser una experta en ella. Es un gran arma para ciertas cosas.

He dicho ù_u

Unknown dijo...

la retorica una forma mas de engaño, como la mentira... o los adornos con palabrerias
importa poco cuando no existe la orginalidad... pero bueno, jamas me van a engañar con simples palabrerias